El Día del Maestro 

“La maestra Luisa es la maestra mas buena que emos tenido, casi no nos deja tarea. No nos grita ni nos regaña. La mestra Luisa nos dice mis niños preciosos. El dia del niño nos trajo paletas y las repartio entre todos tambien les dio a los que se portan mal. La maestra Luisa nos pone estrellitas en la frente cuando hacemos bien el trabajo. La maestra luisa es guapa y huele bonito. Yo me quiero ir a vibir con la maestra Luisa”.  
                       Paty López. 5° B.  

La maestra Luisa llegó a su casa pegajosa de sudor, con la falda azul manchada de gis y los nervios de punta. La maestra Luisa se apuró a calentar un guiso de lata, hizo una sopa instantánea y se tomó dos aspirinas. Su cabeza era una bomba de tiempo y cada tic-tac, una punzada en la cien. Llamó su esposo, iba a llegar tarde, que no lo esperara a comer. La maestra Luisa dijo: “Claro Fernando, si, te entiendo, si, no, no importa, okey, chao”. Pero en realidad hubiera querido decirle: ¿No? Y qué chingados vas a hacer, cabrón, ¿irte a un motel con tu secretaria a gastarte buena parte de tu salario de burócrata, mientras yo como sopa instantánea? Pero sólo lo pensó, ella jamás hubiera podido decir tal cosa.  
  
La maestra Luisa respiraba con dificultad por el coraje, se desabotonó los primeros tres botones de su blusa blanca, tiró la comida al excusado y se sirvió un vaso del jerez que tenía guardado para repostería. No era la primera vez, de hecho; la botella estaba a la mitad. Lo bebió de un trago y se sintió mejor, se sirvió otro. Se sentó en el piso de la cocina y encendió un cigarro.  
  
“Nueve años, nueve años dando clases en un miserable salón gris, viendo ir y venir las caritas mugrosas de los niños al volver de recreo, de oírlos gritar, de regañarlos por que se pelean, de intentar hacerles entender algo de gramática, de tratar que se emocionen haciendo proyectos, que se comprometan, que por lo menos sepan hacer operaciones aritméticas. Nueve años de verme envejecer entre cuadernos de cuadrícula grande, nueve años de desgaste acumulado, de plantar semillas en tierra infértil, porque ellos se van a un nuevo año, a una nueva vida y yo me quedo a empezar otra vez todo el trabajo, partiendo de cero, a luchar contra sus padres, contra la sociedad podrida, contra la televisión, contra ellos mismos para poder dejarles algo que nunca les dejo... que nunca parece ser suficiente, que no quieren ni les interesa porque lo que yo puedo darles ya no le interesa a nadie, la educación ya no sirve.”  

La maestra Luisa llegó a esta conclusión con lágrimas rodándole por las mejillas, se limpió con el dorso de la mano y se puso de pie. La botella de jerez ya se había terminado. La maestra Luisa sentía el temblor del alcohol en su sangre, y el ardor del coraje en las tripas. El sol había bajado y estaba cerca del horizonte. La maestra Luisa se sentó frente a la ventana para verlo desaparecer entre los edificios, como veía desaparecer su propia vida –su vocación- entre nueve años de continuas frustraciones, de siempre estar aguantándose las ganas de gritarles, a veces incluso de golpearlos, morderlos y sacarles los ojos, porque no pueden estarse quietos, porque no se pueden callar, porque no hacen la tarea, porque no obedecen. En cambio respirar hondo, sin gritar, sin ofenderlos para no herir su autoestima, conminarlos, solicitarles suavemente que no hagan tanto ruido, que se porten bien. Y tragarse silenciosamente la desesperación, la rabia.  

La maestra Luisa, que un día egresó orgullosa de la Escuela Normal Superior, dispuesta a forjar nuevas generaciones para México, a dejar, si era necesario, su vida en las aulas, a pelear con uñas y dientes incluso en contra de la Secretaría de Educación Pública para que sus alumnos recibieran una enseñanza feliz, que los hiciera crecer y ser hombres y mujeres de bien... ahora era la triste maestra Luisa, de la que sus alumnos de las primeras generaciones ya ni se acordaban, que simplemente era una maestra cuyas buenas intenciones se habían perdido en algún momento imposible de situar entre sus dificultades económicas y sus dificultades matrimoniales. Era ella, la que ahora sentada y borracha frente a la ventana decidió dejar de dar clases y decidió que no hubiera más clases. 

El quince de mayo, día del maestro, como todos los años hubo fiesta en el colegio. El sol se colaba por los lados de los toldos rojos que pusieron en el patio, los niños correteaban sin uniforme, las madres de familia platicaban, la directora iba de un lado a otro, saludaba a todo el mundo, las maestras recibían regalos y felicitaciones. 

La maestra Luisa servía el agua de jamaica en los vasos de plástico, el pastel y el helado de menta que trajo la Señora Rodríguez, mamá de Julia, una de las niñas a quién había dado clases el año pasado. Cuando todo estuvo dispuesto, se repartieron los platos y lo vasos de agua fresca, que afortunadamente habían alcanzado para todos. La directora subió al podio que habían puesto debajo de la jacaranda. Dio la bienvenida a las madres de familia y dirigió un pequeño discurso acerca de los valores del colegio, y a continuación, como siempre, pidió a la maestra Luisa que subiera a decir unas palabras. Las madres aplaudieron y la maestra Luisa subió con su vaso en la mano, se aclaró la garganta, alzó el vaso y brindó al aire.  -Queridas madres de familia, compañeras y niños: hoy me dirijo a ustedes para agradecerles por todos estos años que han compartido la labor de la enseñanza y el aprendizaje; pero quiero señalarles que todos nuestros esfuerzos han sido en vano, ya que como ven, no hemos logrado más que producir seres totalmente carentes de imaginación y ganas de vivir, sin ningún respeto por nada...-  Las madres de familia pusieron cara de extrañeza y la directora abrió los ojos del tamaño de platos para té, e intentó interrumpir, pero la maestra Luisa la retiró con un gesto de la mano.  

-... lo cual no es únicamente culpa de ellos, ya que ustedes, viejas estúpidas, los han descuidado y han ignorado sus sentimientos y sus problemas. ¿Qué esperaban?, ¿que nosotros lo hiciéramos todo por ustedes?, ¿que la escuela les resolviera la vida de los hijos que no quieren, ni les importan? Pues se equivocaron, porque a la escuela y a la SEP le interesa un cuerno el proyecto educativo, lo que importa es sacarles la colegiatura y...- 

La directora, junto con el profesor de educación física, se abalanzaron contra la maestra Luisa y le quitaron el micrófono; las madres de familia murmuraban consternadas y algunas, furiosas, se pusieron a gritar todo tipo de cosas, desde justificaciones hasta injurias, en el podio se desató una lucha frenética por el micrófono, la maestra Luisa repartía golpes, arañazos y mordidas a quien estuviera a su alcance, y justo antes de ser sometida en el suelo, alcanzó a tomar el micrófono por algunos segundos y agregar:  -... les deseo que lo sigan pasando bien, y que disfruten del festejo mientras puedan, y los que sobrevivan al veneno para ratas que puse en el agua de jamaica ojalá que aprendan la lección, gracias.-